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lunes, 9 de enero de 2012

"The Artist

                                THE ARTIST.



Título original: The Artist.

País y año: Francia, 2011.

Dirección: Michel Hazanovicius.

Guión: Michel Hazanovicius.

Reparto: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, John Goodman, James Cromqell, Penelope Ann Miller, Missi Pyle, Malcom Mc Dowell.

Música: Ludovic Bource.

Fotografía: Guillaume Schiffman.



 Si tuviésemos que recurrir a la semántica para sintetizar el guión del peculiar y, sin duda, excelente film que dirige Michel Hazanovicius, podríamos resumirlo como sigue:

1. Apoteosis (1927). 2. Crack-Hundimiento (1929-1931). 3. Renacimiento (1932).

Sin embargo, tal concreción nos es válida como guía, mas sería absolutamente injusto pararnos en ello. La excelencia del guión requiere un seguimiento pormenorizado. Los actores George Valentin y Peppy Miller  nos van a llevar, sin palabras, a través del mundo fílmico de los años reseñados, con auténtica maestría y emotiva frescura interpretativa. Director y guionista enriquecerán la secuenciación mediante una multiplicidad de detalles, perfectamente encadenados diacrónicamente y genialmente significados. Será, a través de éstos, como intentaré llevar a cabo mi comentario.

El momento de la apoteosis, iniciación de la película, viene representada, básicamente, por dos secuencias. Una primera, donde la figura estelar, George, tras unos movimientos en escena, aplaudidos por una sala a tope de espectadores, es recibido por el productor y compañeros con expresiones de júbilo. Su actuación ha sido un éxito. De ello, será el público, en una segunda secuencia, al aparecer George ante el mismo, quien lo certifique entusiásticamente. Entusiasmo que obligará a George a presentarse ante el público una y otra vez.

Dos detalles, simpáticos e ilustrativos, nos aporta esta escena. Primeramente, la aparición ante el público del perrito. Y con su aparición, la destreza que nos muestra, en sintonía con George, con sus numeritos. La presentación será el anuncio del papel, excelente, que desempeñará a lo largo de toda la película. Papel que, en determinados momentos de George, será tan impresionante como decisivo.

En segundo lugar, la insistencia de George ante la actriz para que le acompañase ante el público. Inicialmente la actriz se resiste. Al fin, George consigue que le acompañe y salude, juntamente con él. Sin embargo, el acto no resulta muy satisfactorio, incomprensiblemente, para ella. Tan es así, que le manifestará a George, en tono amenazante, que “no olvidará lo que le ha hecho”. Dicho y hecho. Minutos más tarde, ofendida, se marcha, abandonando al grupo. La lectura del gesto y de la acción admite la interpretación de una posible intolerancia -problema narcisista- a presentarse como mera acompañante de la única figura estelar: George Valentin.

Del fortuito y simpático encuentro del ya galán de la pantalla con las fans que esperan su salida del teatro, juntamente con la prensa, surge, en aparente azar, la desconocida chica que coloca a George en una agradable situación embarazosa. La prensa convertirá el encuentro en noticia de primera página. Peppy Miller se siente feliz al verse junto al galán fotografiada en primera página, preguntando ¿quién es esta mujer?. La esposa de George preferirá no ver la noticia, tras un gesto despreciativo.

Este hecho da pie a Peppy Miller para presentarse en los estudios donde se solicitaban extras. Un nuevo detalle aparece en la secuencia de las candidatas. Peppy Miller encuentra una silla donde sentarse. Al lado, también sentado, un veterano actor (quizás a la espera de ser llamado). Peppy Miller lleva la prensa, donde aparece en primera página. Con la pretensión de darse a conocer y quizás concediendo a su desconocido vecino una relevancia falaz, le muestra feliz la noticia. La respuesta será una leve sonrisa y devolución del periódico. Tras la prueba pertinente, Peppy Miller, contenta al haber sido seleccionada, busca, de nuevo, el encuentro con el veterano actor para comunicarle el resultado. El viejo actor, bien conocido en su tiempo, asiente y repite su gesto de sonrisa leve. Y sigue sentado. ¿A la espera de ser llamado?.

Estimo que el Director, tras este fugaz y aparente “relleno” de encuentro, pretende dejarnos constancia de dos actitudes significativas, la del iniciado o principiante y el terminal. Expectativa ilusionante para la joven; gesto y actitud de espera y pesadumbre para quien fue y ya no es.

      Michel Hazanovicius nos coloca a continuación frente a una escena magistral y altamente significativa. Realmente, el recorrido secuencial nos aporta tres elementos básicos del trasfondo guionístico. En su momento nos volveremos a encontrar con ellos. La versión presente es, realmente, de comedia. La que encontraremos más tarde, con diferente protagonista y mismo interlocutor, es dramática. Veamos la primera versión.

George se encuentra en los estudios. Allí está el equipo de filmación y el productor. Tras un telón se ven unas piernas (el resto del cuerpo lo tapa el propio telón). Las piernas ensayan unos pasos de baile. George se siente atraído por tales movimientos. Observa, llama la atención de los demás, pide que eleven ligera y disimuladamente el telón, y se siente impulsado a repetir (imitar) él mismo los pasos que observa. En un momento dado se corre el telón y aparece la figura que bailaba. Es Peppy Miller. George se siente sorprendido y, a la vez, perplejo. La belleza de Peppy Miller, su frescura, su vitalidad, sus ojos, su mirada, constituyen un conjunto que, por momentos, dejan a George inexpresivo y boquiabierto. Un gesto por parte del Jefe/ Productor, rechaza a la chica. Carece de interés para él. George, sin embargo, consciente de su fuerza y poder de persuasión ante el Jefe, sin inmutarse, anuncia, dándolo por hecho, que van a hacer una película juntos. De esta forma, Peppy Miller entra en el reparto de actores. La escena siguiente, repetida insistentemente con el fin de ensayar diversos gestos, aunque la acción no varía en sus formas, consistirá en un baile de salón, donde George tiene que buscar a Miller, quien está bailando con otro señor, con el fin de que pase a ser su pareja. Tal encuentro, será repetido tan insistentemente que, en esos momentos, el espectador no llega a entender el motivo de su repetición. Será más tarde cuando se desvelará lo que, al principio, parecía un sin sentido.

En plena apoteosis, George en la cumbre y Miller ascendiendo, el Director nos traslada a otra escena donde una vez más, condensa tres movimientos. Movimientos que llevan a la pareja, dentro del propio camerino, a ponernos de manifiesto que algo personal, íntimo, no expresado, está aconteciendo entre ellos, más allá de sus tareas como actor.

Miller, por aparente curiosidad, entra en el camerino de George. Curiosea. Frente a ella, una fotografía de la mujer de George. No se fija en ella. Pronto visualiza el esmokin de George. Quizás el mismo que llevaba cuando bailaron juntos. Miller se acerca, lo acaricia, introduce su mano y brazo por una de sus magas. Pareciera como si fuese un brazo del propio George. Rodea su cuerpo y trata de sentir la fuerza y presión del abrazo del propio Valentin. En ese instante, entra George. Miller, no sin cierto embarazo, disimula, oculta su sentir y justifica su presencia. Se entabla un feliz momento entre ambos. Mas, una nueva visita, el chófer de George, quien, con anterioridad, había sido encargado de comprar un regalo para su mujer con el fin de congratularse, dado que últimamente su relación se enfriaba. Miller, aún presente, es testigo de tal hecho. Su gesto, indisimulado, cambia, sintiéndose impulsada a abandonar el camerino, sin tan siquiera despedirse. Quizás el ruido de la puerta advierte a George de su marcha, entre sorprendido y, muy probablemente, comprensivo. Una forma, indirecta, de emitir el mensaje de “donde está ella no quepo yo”.

El hecho, en realidad, marca un punto de inflexión en el film. Dos circunstancias clave van a contribuir a convertir en drama, bordeando la tragedia, lo que, en principio, pudo haber sido un proceso natural de enamoramiento, donde el propio George tendrá que verse obligado a decidir entre su esposa o Miller, tal y como ya se apreciaba, aunque no de forma manifiesta y, quizás, no muy consciente, en sus mutuos sentimientos.

George se encuentra en su camerino. Coge un vaso y al volver a colocarlo oye el golpe. Sorprendido, repite la acción. El ruido vuelve a oírse, una y otra vez. Prueba con otros objetos, misma respuesta al golpear. George no sale de su asombro. Precisa verificar más allá de su camerino. En la calle, otro tanto. No cabe la menor duda, el sonido puede registrarse, piensa. Una pluma, víctima de su propio peso se desliza, lentamente, hacia la calzada. Al golpear en el suelo el ruido es un estruendo. Con ello, Michel Hazanovicius nos transmite, cargado de simbolismo, el momento crítico del advenimiento del cine que, en su día, se llamó “Cine sonoro”, a la vez que, con el estruendo y la lentitud de la caída de la pluma, nos traduce el impacto que en la interioridad de George representa tal revolución. Impacto que, en sucesivas secuencias, tendremos la oportunidad de ver.

Vaya por delante el reconocimiento a la forma, sin duda magistral, con que el Director nos transmuta del cine mudo al cine sonoro. Por otra parte, al exponernos tan trascendente transmutación a través de George, nos aporta el referente que con toda seguridad pasó por un trance por el que se le requería una reconversión en profundidad o el descenso, inevitable, a los infiernos.

Si bien, tal evento del sonido afectaba directamente al actor del cine mudo, entrenado para una técnica gestual, surge, a la par, otra circunstancia de alcance y trascendencia nacional y, si cabe, mundial: el hundimiento de la Bolsa, en 1929. George, tras recibir la noticia por teléfono, será escueto en su notificación: “estamos arruinados”. La noticia, tal y como la transmite, pareciera como si le hubiesen comunicado que su vecino, al que ni tan siquiera conoce, se ha muerto de repente. En esta ocasión, no se percibe estruendo.

George se encuentra en el despacho del productor. Éste le comunica que el sonido está ahí, que las películas serán habladas y que, por tanto, el cine mudo pertenece al pasado.

El momento resulta crítico y decisivo. El productor, ahora distante y sintiendo que tiene el poder en su mano, en otras palabras, que ya no manda George, le comunica a éste que no puede contar con él. La reacción del hasta entonces figura estelar, adorado por cientos de fans, será producto de un desmedido narcisismo. Y es que, cuando ascienden, mediante su esfuerzo y sus categorías, a la cumbre, de forma imperceptible se va forjando un sentimiento de eternidad. Lejos, pues, por impensable, la caída, el hundimiento. Lejos, por tanto, la aceptación de la realidad y, consecuentemente, la conveniencia o necesidad de su reciclaje, descendiendo de la cumbre e incluso, si cabe, comenzando de cero. Tal cosa, a juzgar por la brusca y ciega respuesta, no fue el caso de George Valentin. En un gesto de orgullo, sintiéndose omnipotente, demostrará, convirtiéndose él mismo en productor-director, que hará su propia película y, con ello, el mantenimiento de su posición triunfante.

Bien pronto, la realidad se encargó de demostrarle que su poder no era omnipotente, que su capital-inversión era irrecuperable y que su permanencia en la cumbre no era eterna. Peppy Miller, incorporada al cine sonoro, asciende. George, desciende. Una vez más Michel Hazanovicius nos sorprende con otra genialidad. Podríamos llamarla la escena de las escaleras. Miller varios escalones por encima de George. Éste tiene que mirar hacia arriba para hablar con Miller. Ésta se ofrece para ayudarle, pues está informada directamente del fracaso de la exhibición de la película de George. Película, a su vez, altamente significativa puesto que la escena que se nos ofrece (en la sala, unos tres espectadores) será la del propio George hundiéndose en un terreno de arenas movedizas, sin que la mujer que le acompaña y su propio perro puedan hacer nada por sacarle. Tal secuencia es, en definitiva, la representación plástica de la situación por la que anduviese pasando, entonces, el propio George. Su mujer le abandona. Tiene una semana de plazo para abandonar la casa. Se ve obligado a instalarse en una triste y humilde habitación. Ha de malvender su esmoquin, y lleva un año sin poder pagar a su chófer, quien realiza, servicialmente, todo tipo de tareas. El proceso de caída, hunde a George en un estado depresivo, grave, y sin capacidad ni fuerza para reaccionar. Ha fracasado, sin remisión. Se siente obligado a despedir a su chófer, quien no acaba de creérselo, hasta que George le señala que se quede con el coche y se marche. Pese a ello, el chófer mantiene durante unas horas la esperanza de que volverá a ser llamado. Finalmente, desiste. George está solo. Sólo Miller se acuerda de él. Sin embargo, en una cena, en un restaurante, donde George compartía la mesa con su chófer, la casualidad hizo que, sin haberse apercibido, Miller se siente en la mesa de al lado, de espaldas a George. Miller es requerida, en ese momento, para hacer unas declaraciones por radio. Expone su posición favorable a la gente joven y dando por caduco el tiempo pasado. George no ha podido evitar escuchar tales declaraciones. Herido en su todavía orgullo, ya de pie, no podrá evitar estamparle a Miller que fue él quien la elevó.

Miller, sin embargo, siente muy profundamente la situación de George. Lloviendo a mares, se acerca a casa de George. Éste la recibe en la puerta. Ella bajo el paraguas. Insiste en que, tales declaraciones no fueron serias y que desea ayudarle. George se mantiene distante, ofendido y, la inesperada presencia de uno de los jóvenes que, en su día, acompañaban a Miller, motiva que el encuentro se interrumpa. George, en ningún momento tuvo el detalle de invitar a Miller a entrar en la vivienda. Aspecto éste que, entiendo, Michel Hazanovicius escenificó para dar más fuerza a la distancia que se había establecido entre ambos, bajo la lluvia.

George acude, fracasada su película, a ver la que había interpretado Miller. Cine a tope. Éxito rotundo. George llevaba en brazos su perro. Una Sta. le pide, a la salida, un breve receso. George debió hacer, en ese momento, la fantasía de que, todavía, alguien le reconocía y admiraba. La decepción no tardó en evidenciarse. La Sta. no sólo no le reconocía sino que, únicamente, su pretensión era acariciar al perrito, que le gustaba.

¡Hasta el perro acaba siendo más importante que él!

La desesperación de George le coloca entre la vida y la muerte. Fantasea el suicidio. Un arrebato de furia incontenible le impulsa contra su filmoteca particular. Lanza, desesperadamente, todas sus películas al suelo. Sólo una se salva. Tira una cerilla y prende fuego al montón de películas que lanzó al suelo. Prendido el fuego, se postra en el propio suelo, abrazado fuertemente a la única película que quiere que se queme con él.

La “intuición” (olfato) de su fiel compañero y actor, el perro, se percata de inmediato del peligro de su dueño. Michel Hazanovicius nos ofrece aquí una secuencia verdaderamente conmovedora y maravillosa. El perrito corriendo por la calzada, cuanto puede dar de sí, hasta lograr llegar ante un guardia. A su modo, entre ladrando y hacerse el muerto, le solicita que le acompañe. El guardia duda, no cree. Será una Sra. de edad que presencia la escena, quien le insiste, que el perro le señala algún siniestro. Por fin, el guardia accede. Su carrera se hace cada vez más apremiante. Llega a tiempo de socorrer a George. Le recupera y le saca a la calle. George está inconsciente, pero vivo. Es trasladado y asistido en el hospital.

Miller, en situación de filmar una escena, lee la noticia en el periódico. Su prioridad será ir al hospital. El médico la tranquiliza. Está inconsciente, pero se recupera. A su vez, le hace saber que la película que allí ve le resultó laborioso desprenderla de entre sus brazos. Miller siente curiosidad. Mira unas imágenes. Observa que las escenas son las que, en su día, se filmaron, repetidamente, bailando ambos. Momento, pues, por el que al fin, Miller puede descubrir lo que ella significaba para él. ¡La ama por encima de su propia vida! Naturalmente, ahora ya puede pedirle al doctor si no hay inconveniente para que la convalecencia la pase en su casa. Obviamente, no, no hay inconveniente alguno.

George, ubicado cómodamente en el dormitorio de Miller, recupera la consciencia. Miller y George, ya recuperado, se saludan felizmente. Encuentro breve, demasiado breve. Miller ha de marchar al Estudio. La despedida se percibe ligeramente embarazosa. Ambos son conscientes del significado. Miller está en lo más alto. George, un desconocido y olvidado por las productoras.

Tras la marcha de Miller, George aprovecha para recorrer la mansión. Quizás le recuerda la que un día, casado, fue la suya. En esos momentos, una vez más, el simpático perrito reclama su presencia. Señala una puerta. George, abre y entra en la habitación. En ella, todos los enseres están cubiertos con sábanas. George va descubriendo uno por uno. La visión de lo que descubre desencadena en él un progresivo enfado y, cada vez más sorprendido, se enfurece. Acontece que se trata, nada menos, que de las múltiples piezas que, en su día, hubo de subastar para seguir sobreviviendo. Miller, valiéndose de intermediarios las fue adquiriendo. Nada supo, de ello, George ¡hasta ahora!

¡Ah!, de nuevo, ante semejante visión, emerge con fuerza el orgullo de George. Ya su chófer, en su día, le había advertido acerca de su actitud orgullosa rechazando todo intento de Miller por ayudarle. “Miller es una buena persona”, le dijo.

Sin embargo, esta especie de “velatorio”, oculto, George no podía tolerarlo. Primeramente, porque, de nuevo, su arrogancia narcisista se veía humillada al descubrir que el valor de sus enseres no era tal sino el que Miller estimó como medio para ayudarle. Segundo, porque tal procedimiento le colocaba ante la evidencia de una realidad insufrible: ella en la cumbre, él en la más absoluta indigencia. En tan solo cinco años tiene lugar tan insospechado y extremado cambio. Del cielo al infierno.

Si bien la reacción de George, frente a semejante visión de “objetos muertos” (cubiertos con sábanas), obedece a un impulso expresión de un sentimiento de orgullo, por herida narcisista, cabe reconocerle la versión meritoria de su reacción, es decir, que “nace de causas nobles y virtuosas” (Diccionario de la Real Academia). El efecto real, por consiguiente, será el opuesto al pretendido por Miller.

Entre tanto, fiel a su profundo deseo de recuperar a George, Miller, en el Estudio, quizás evocando lo que en su día, George hizo por ella, se planta ante el productor. Reclama para George un reconocimiento y, consecuentemente, un trabajo. Inicialmente, se desestima. “O él o yo”, clama Miller. De inmediato, corrige: “Quería decir, o los dos o ninguno”.

La introducción de este “lapsus” o “acto fallido” (freudiano) por parte del guionista o del Director, estimo que no es mero capricho, como tampoco un intento de sorprender al espectador. Tal acto fallido, intencionado, viene a poner de manifiesto la presencia, en el mundo interior de Miller, de las dos partes. En lo más profundo de ella,  se gestó un sentido competitivo donde pujaba, fantaseaba y anhelaba puestos donde sólo cabía ella. En suma, no estaba dispuesta a ser una secundaria de la figura estelar. En tal sentido, no quería repetir el papel que tuvo la oportunidad de presenciar: el abandono de la compañera de George, mera sombra de éste, siendo ella, entonces, mera espectadora y fan del galán.

Sin embargo, la corrección súbita, inmediata, por “o los dos o ninguno” se gesta con prontitud al dictado del profundo impulso amoroso. Su deseo de ascender es más primario, se fragua, mediante fantasías expectantes y vía onírica en su temprana niñez. Es lo que se corresponde con el “deseo ser”. Su anhelo de vínculo amoroso adquiere fuerza en la adolescencia. Corresponde con el “deseo tener”. Entre el yo y el otro, al expresarse Miller por el uno o el otro,  siente el vacío. Súbitamente, siente que elimina al otro o a sí misma. De inmediato, naturalmente, corrige y proclama decididamente el vínculo entre ambos. Vínculo que coloca por encima de su estado triunfal e incluso de su propio trabajo.

Logra, tras su reto, un puesto para George. Un nuevo guión. Guión que, por mediación del chófer, entrega a George. Éste ni se molesta en ojearlo. Lo lanza fuera de su alcance. Pareciera que la última oportunidad por parte de Miller para recuperarlo como persona y como profesional, fracasara.

George, hundido, desesperado, decepcionado, en profundo estado de melancolía, vaga por las calles. Mal trajeado. Callejeando, se encuentra frente a un escaparate en el que se expone lo que él cree que fue su esmoquin. Esmoquin que, tiempo ha, hubo de malvender. Añora tristemente tal visón. Súbitamente, ante la aparición frente a él del guardia que le socorrió en el incendio, aunque no se reconocen, George, impelido por la añoranza del pasado, es decir, el deseo de volver a ser figura estelar del pasado, activa, en su fantasía, la exigencia del “cine sonoro”, para lo que se requiere, ineludiblemente, la palabra. (Michel Hazanovicius) nos ofrece en ese momento, otra de sus genialidades. George fantasea: dos bocas dirigiéndose a sus orejas, gesticulando palabras. George, se siente impotente ante la propia fantasía. Su desesperación es ya inconsolable.

George se encuentra ante la caja que quizá nunca abrió. Su perro, anhelante, está frente a él. Abre la caja. Guarda un revólver. Lo saca pausadamente. El perro ladra, se percata del peligro del carácter trágico del momento y se aferra a su pantalones. George, indiferente, introduce en su boca el arma, presto a disparar y acabar de una vez por todas con una vida insoportable. ¡Bang! El espectador, en esas milésimas de segundos, siente lo peor.

Entre tanto, Miller, ilusionada, llega a su casa. De entrada, observa las vendas que George, al marchar, arrojó encima de la mesita. Era el vendaje de las manos que se quemó en el incendio, tras su primer intento de suicidio. Miller se percata del significado, George, no ha aceptado su forma de ayuda y se ha marchado. Teme lo peor.  Vuelve al coche, el chófer no está y no acude con la prontitud que le requiere a su llamada. Decide proceder por su cuenta. Conducirá ella. Alocadamente y con evidente riesgo logra llegar al domicilio de George. Éste está aún con el arma en la mano. La presencia, angustiada, de Miller, mueve a George a arrojar el arma al suelo, Miller, más consciente del estado profundamente Depresivo (Reactivo) de George, así como de su sentimiento, amor, hacia él, y, a su vez, conocedora del sentido por el que venía rechazando sus diversos intentos de ayuda, le propone una oferta diferente. Miller evoca el momento de su primera actuación, bailando con George. Actuación a la que éste se aferró en su intento de suicidio tras el incendio de sus películas. Era la clave. Era el momento y forma que fecundó el amor entre ambos. Ahora, bastará con activarlo y engrandecerlo con toda su fuerza. La fuerza que solo es capaz de arrebatar a la muerte su determinación inexorable. La fuerza y la belleza de la vida, del amor, inseparable. Ambos, pues, en una imagen especular, nos ofrecen, con verdadera sincronía y sintonía, una exhibición de claqué, maravillosa y feliz. Ni debajo ni encima , a la par y al unísono, unidos ferizmente por un profundo y desconocido (no consciente, no manifestado) amor del uno para con el otro.

George, recuperado. El sentido de dignidad personal preservado y ¡al fin! abrazado no a su película sino al objeto real: Miller. Ésta, a su vez, abrazada al objeto renacido.


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