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martes, 28 de febrero de 2012

Los descendientes

LOS DESCENDIENTES.



Título original: The Descendants.

País y año: EEUU, 2011.

Dirección: Alexander Payne.

Guión: Alexander Payne, Nat Faxon, Jim Rash (Novela: Kaui Hart Hemmings).

Reparto: George Clooney, Shailene Woodley, Amara Miller, Nick Krause, Patricia Hastie, Matthew Lillard, Judy Greer, Beau Bridges, Robert Forster, Barbara L. Southern, Mary Birdsong, Rob Huebel, Michael Ontkean, Troy Manandicm, Scott Morgan, Milt Kogan.

Música: Varios.

Fotografía: Phedon Papamichael.



Vaya por delante que, al igual que se previene al espectador ante la presencia de imágenes escabrosas por la posibilidad de un efecto importante con daño en la mente; en el caso de la película que me ocupa ahora, estimo conveniente alertar acerca de un efecto neurotizante, transitorio. Tal es la sistemática escenificación por todos los actores del elenco fílmico interpretando formas de comportamiento contradictorio, chocante, ya por sí mismos ya como grupo.

Valga como ejemplo, aunque esto conlleve salirme de la diacronía secuencial del film, el momento en que Matt (George Clooney), su hija Alexandra y el amigo de ésta visitan a sus suegros. Éstos les reciben con naturalidad, sin reservas. Van a comunicarle la noticia que ha recibido del médico acerca del estado de irreversibilidad del coma de su hija. La presencia de la suegra llama la atención. Su deambulación, expresiones y gestos es acorde con una patología incipiente de Alzheimer. Frente a ella, en el fondo de la habitación, el amigo de Alexandra. Al ver a la abuela no puede contener la carcajada. Pese a la mirada censora, particularmente del abuelo, su estado hilarante no puede contenerlo. Es como si él, en vez de ver un problema de Alzheimer, ante el cual lo propio es el despertar de un sentimiento piadoso, viese una señora “pasmada”, “atontada”, que le suscita risa. Sin embargo, persiste en ello aún después de apreciar que el gesto del entorno le censura. Persistencia que, a la postre, se resuelve, de un puñetazo en el ojo izquierdo, que le propina el abuelo, lanzándole al suelo.

Pues bien, esta respuesta, carente de congruencia, será con la que nos vamos a ir encontrando, como constante, en el devenir de cada uno de los protagonistas.

Tratemos de adentrarnos a través de la filmación. Los protagonistas giran sobre dos referentes que cabalgan paralelamente: la esposa de Matt King, en estado de coma irreversible como consecuencia de un grave accidente en el mar; y unos terrenos, heredados de sus antepasados, propiedad actual de Matt y primos, con expectativas de venta por valor millonario y del que Matt, como abogado, es fiduciario.

El escenario en el que se desenvuelve la trama son las islas hawaianas, lo que se presta a ofrecernos, en ocasiones, panorámicas excelentes. Dentro de este contexto, el continente se nos ofrece acorde con formas convencionales, tanto las viviendas, como las calles, vestuarios, etc. Nada, pues, en este sentido fuera de los parámetros ordinarios.

Es en la conducta de los protagonistas donde encontramos la parte chocante. El primero en tal representación será el propio Matt, quien, en virtud de su trabajo venía disponiendo de poco tiempo para atender a su familia, Mujer e hijas, Alexandra, de 17 años y Scottie, de 10 años. Matt se presenta en el hospital. El médico le expone que el estado de coma de su mujer es como consecuencia de una hemorragia cerebral tras un fuerte golpe (en la parte introductoria de la película se presenta una escena, fugaz, de la mujer, donde se presume una excesiva velocidad del medio en el que discurre en el mar) y que, lamentablemente, es irreversible. Su estado, pues, es de vida vegetativa. Está descerebrada.

Matt, conocido el pronóstico de su mujer, se traslada al colegio donde permanece interna su hija Alexandra. Ésta, juntamente con una compañera, no está, precisamente, en su habitación, conforme a la normativa del colegio. Se encuentran en el jardín y visiblemente “tocadas” por la bebida. Sorprendida por la presencia del padre, no muestra satisfacción alguna, más bien le molesta. Matt le indica que ha de marchar con él, con motivo del estado de su madre. La respuesta de Alexandra es tan contundente como expeditiva: Mi madre, ¡qué se vaya a la mierda!. La directora o tutora, ante tal expresión, sorprendida, no puede evitar el reproche, en tanto que el padre actúa como si tal expresión no hubiese tenido lugar.

Y es que, los hechos sorpresivos seguirán siendo una constante. Retorno sobre Matt. Está en el hospital, frente a su mujer. Actúa como si le estuviese escuchando y, si cabe, replicando. Ante ella, olvidando sus prioridades profesionales con el consiguiente detrimento para con su familia, inicia, en actitud de reproche, una especie de “speech” lanzando sobre ella una sarta de cargos de la que es culpable de que el matrimonio no haya funcionado adecuadamente. La escena, así como la actuación de Matt, no puede evitar sorprender al espectador. Resulta patética. Donde tendría que estar el sentimiento de dolor y de pena, ante la imagen de una madre y mujer, descerebrada y en la antesala de la muerte, al marido no se le ocurre otra cosa que “vomitar” toda suerte de improperios.

De entrada, las hijas, Alexandra, indiferente, no reacciona a la vista de su madre, en tanto que Scottie espera que pronto su mamá despertará.

El padre quiere saber por qué su hija, Alexandra, se muestra tan hostil y desafectada con respecto a la madre. Alexandra, no sin cierta resistencia, acaba comunicándole al padre que su mujer le ha sido infiel. Tuvo la oportunidad de verificarlo en Navidad. Liada con otro hombre.

La respuesta de Matt, quizás un tanto sorprendente para el espectador, es la de una necesidad imperiosa de saber quién le ha puesto los cuernos. Corre, cuanto puede, a casa de unos amigos que, sin duda, han de saber del asunto y de la persona. Plantea el problema, sin afectación alguna, sin lograr, en un primer intento, el nombre del sujeto en cuestión. Al marchar, al fin, el marido de la pareja visitada, le proporciona la pista. Se trata del Jefe de una inmobiliaria. Siguiendo la pesquisa, Matt obtiene la respuesta de que el susodicho Sr. está de vacaciones, en otra isla.

Resulta que, a la vida de esta familia, por imposición de Alexandra se ha incorporado un amigo de ella. Su comportamiento, acorde con el papel que se le asigna en el guión, es calificable de “tarugo”. Tal es el caso del momento en que, Matt, Alexandra y el “tarugo” van en el coche a la búsqueda, ya constituidos en “empresa” en común -padre e hija unidos en tan importante misión-, de búsqueda del “ponedor” (si se me permite el eufemismo) de cuernos. Enterado el “tarugo” del tema, se siente impelido, desde el asiento trasero, junto a Alexandra -Matt conducía- a comentar no sin manifiesta jocosidad el hecho de la “puesta de cuernos”. A semejante individuo él le pisaría y trituraría los “huevos”. Ni a Matt ni a Alexandra se les ocurrió parar el coche, abrirle la puerta y lanzarle fuera, lo que, sin duda, para buena parte de los espectadores habría sido lo propio. Naturalmente, siguiendo la línea de las incongruencias, no fue así. No sólo no reaccionaron, sino que siguieron tras la pesquisa detectivesca de la identificación del personaje. El espectador puede pensar que lo que se está fraguando es una venganza por la osadía de “tirarse” a su mujer.

Las pesquisas, imparables, les llevan (Matt pretendía ir solo, pero, una vez más, Alexandra impone el viaje familiar, incluido el “tarugo”) a otra isla. Casualmente, haciendo footing, a Matt se le cruza el sospechoso. Indaga, con aire de principiante a detective y verifica que es él, el de la cornamenta, que vive en un chalet frente a la playa.

En esta gesta, el amigo de Alexandra, acompañante habitual, permanece al margen. Ello no es óbice para que Matt, una noche en la que no consigue dormir bien, entra en la habitación del hasta entonces “tarugo”. Como era de esperar, su primer pensamiento y así lo expresa, será el de si trata de controlarle. Es decir, en una palabra, si se habrá acostado con Alexandra. Matt duda de la inteligencia del chico. Éste le manifestará que es inteligente. (Sólo le faltó añadir que hasta ese momento no lo había demostrado, a no ser que, por exigencia del guión, su papel fuese el de crear, en buena parte, las situaciones chocantes, es decir, lo contrario a lo que se espera.) Matt le manifiesta y pregunta acerca de cómo ha de hacer en lo concerniente al trato con su hija. De nuevo, el planteamiento del padre a un extraño, en definitiva, puede generar perplejidad en el espectador, ¿Cómo un personaje que, hasta entonces se ha comportado con formas tan carentes de congruencia como provocativas, es convertido en “consultor” acerca de cómo un padre ha de tratar a una hija en el inicio de la juventud?.

En realidad, Matt no necesita tal consejo, que no sabemos si sería un pretexto para justificar su visita con pretensiones, en el fondo, de control. La causa común de búsqueda del “ponedor de cuernos” no sólo les ha unido sino que, ahora, preparan la estrategia de abordaje al personaje en su domicilio. Se presentarán, tras una breve conversación-pretexto de Matt con la esposa, en la orilla de la playa, tratando de distraer a la señora (papel asignado a Alexandra). En tanto que él hará la toma de contacto con el “conquistador”. Efectivamente, así acontece. El espectador, en esos momentos, espera la realización del acto de venganza, anunciado incluso, en su momento. Pues no, Matt, una vez plantenado y confirmado el adulterio, lo que le pide, no sin cierta carga de morbosidad, es que le cuente cómo fue la cosa. El Sr., un tanto nervioso, le dirá que bueno, sólo que una vez, no, más bien dos y que, en cuanto al accidente, él la advirtió del riesgo y que no lo hiciera.

Culmina la entrevista, con nuevo signo de perplejidad para el espectador, señalándole Matt que su mujer está en coma irreversible y que lo que debe hacer es ir a despedirse de ella como último gesto.

Al marchar, al despedirse de la esposa no por inesperada menos sorpresiva, Matt besa descaradamente a ésta en la boca. Ella no sale de su asombro. No acaba por encontrar el significado de tan descarado acto, sin más. ¿Es el mensaje incipiente de seducción con pretensiones de devolver la “cornamenta”? ¿Es, más bien, una forma indirecta de comunicarle el problema por el que se ha presentado para hablar con su marido?.

Lo cierto es que el acontecimiento que se sucederá en el capítulo de visitas a la paciente en coma, se irán esclareciendo posturas, no sin la correspondiente incongruencia, a la que nos vamos habituando.

La visita de los padres de la paciente, donde la madre no se entera de qué va, es protagonizada por el padre. Acude en verdad sin signo alguno que permita evidenciar que se trata del padre de la paciente. Su conversación con Matt será acerca de los terrenos que van a vender, de la millonada que representa y que, precisamente, la operación se hará después de que haya muerto su hija (se ha planteado el permiso para prescindir de los medios que la sostienen en vida vegetativa y dejarla morir). Todo un reproche. Sólo le faltó añadir si a ellos no les caería algo. Tras la conversación, se aproxima a la cabecera de su hija. La acaricia ligeramente y da por concluida su visita. En el entreacto, ha visto de nuevo, como uno más de los acompañantes, al “tarugo” y le ha espetado: ¡tú, otra vez!”.

Una última visita. El adúltero no acude pero sí su mujer y con un ramo de flores. Comunica que, tras su visita, su marido le contó lo que había ocurrido con su mujer (se dirige a Matt).

El encuadre del momento, las actitudes y posicionamientos del conjunto, alrededor de la paciente en coma, constituye un cuadro que bien puede ser calificado de esperpento. En verdad, logran resucitar a nuestro ínclito y singular Valle Inclán.

La paciente es incinerada. En su momento Scottie fue informada y liberada de su fantasía, esperando que su madre despertase. Llora. Su conducta, dentro del colectivo, es la única que podemos calificar de congruente. Matt y sus hijas lanzan las cenizas al mar.

Decía al principio que los referentes eran dos. El segundo de ellos era el correspondiente a la herencia de los antepasados. Correspondía a una extensa zona lindando con la playa. La adquisición, una vez acordada la venta en una primera reunión de Matt como abogado y fiduciario con los primos, también parte de la herencia, pretendía transformar la zona, mediante las edificaciones pertinentes, en un espacio turístico de alto standing. Todo parecía estar a punto. Una segunda reunión. Corresponde la firma. Pese a la reticencia de alguno, todos firman. Falta la firma de Matt. Éste se ha enterado con antelación que el gran beneficiario indirecto, como inmobiliaria, va a ser el mismo personaje que le contó su aventura con su mujer. Matt duda acerca de si firmar o no. Al fin, pese a saber que no firmar significaba enfrentarse con sus parientes, decide no hacerlo. ¿Una forma indirecta de venganza? ¿Una incongruencia más? A lo esperado por todos, la respuesta contraria ¿con carcajada? ¿Fue, más bien, la preservación virgen del terreno? En este caso, nos encontraríamos con una nueva incongruencia, puesto que, resultará que se esmera más en la preservación de un terreno virgen que en el de su propia mujer.

Al final, la familia unida. Matt y sus hijas, sin que se aprecie signo alguno de duelo ante la pérdida tan temprana de la madre.



Comentario.

Creo que tal exposición de la película merece un breve comentario aparte.

En verdad, si el guionista lo ha entresacado de la novela “Kuai Hart Hemmings” y el director, Alexandre Payne, con su planteamiento fílmico, lo que pretendieran era conducirnos a través de la filosofía del fenómeno de lo contrario, chocante, distónico, incongruente, es decir, rompedor con lo supuestamente normal, convencional, presumible, acostumbrado, mediante la provocación por inesperado -recuérdese a título de ejemplo, la risa incontenible del “tarugo” frente a la abuela con Alzheimer- ofensivo, difícilmente comprensible -Matt, por ejemplo, con la colaboración de la hija, pidiendo al “ponedor de los cuernos” que vaya a despedirse de su adúltera mujer-, creo que habría precisado otro encuadre, otro guión y una buena dosis de inteligencia y de agudeza en el detalle, en el símbolo, en el mensaje sutil que reta al espectador a descifrar, etc. cosa que está ausente, de principio a fin, en esta obra.

Lo que aquí se nos presenta, por el contrario, es una versión vulgar, cargada de ordinarieces, carente de inteligencia y sin posibilidad de mérito para unos buenos actores que, en esta ocasión, no requerirán esfuerzo alguno, les bastará con ponerse en cada momento, según la escena, delante de la cámara. Otro tanto de siniestro cabe calificar que, cuanto acontece, gire alrededor de una pobre mujer, adúltera, sin posibilidad de defensa alguna (para su padre era una hija maravillosa), ni tan siquiera de su propia familia, y en coma irreversible. Patético.

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